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Es imperioso el rescate de la agricultura puertorriqueña

Hagamos un recuento por el bienestar de nuestra agricultura. En Puerto Rico, según el censo agrícola de 2012, existían registradas cerca de 16,000 fincas agrícolas. En 2017, fuimos impactados por los huracanes Irma y María, seguido de los terremotos en el área sur, en 2020. Luego llegaron a diversas plantaciones plagas como la sigatoka negra y la broca del café. Esto, sumado a la pandemia del COVID-19, que provocó el cierre de los principales lugares de venta para los productos agrícolas como restaurantes, comedores escolares, plazas y mercados familiares.


Ahora nos enfrentamos a la inflación que provoca un alza exuberante en los costos de producción, transporte, distribución, salario mínimo de empleados, así como en el costo la energía. Todo esto abona a que, según el censo de 2018, quedan registradas menos de 8,000 fincas con alguna actividad productiva en Puerto Rico. Estos indicadores reflejan que se ha reducido a la mitad la cantidad de agricultores y a menos de un 15% la producción agrícola. Pero, en 2022 se estima que todavía se ha reducido más.



En los pasados días, ha sido evidente que los sobrevivientes a esta secuela de desastres se encuentren exhaustos, emocionalmente devastados, no solo por los retos económicos y de producción sino por la falta de empatía y voluntad de nuestras autoridades.


Recién nos enteramos de la trágica historia de un pescador que junto a su hermano fueron embestidos por una lancha de la Guardia Costanera. El choque tuvo un desenlace fatal. Se trata de noticias que siguen socavando el estado emocional de nuestros agricultores. Una gran pregunta es: ¿serán estas noticias una señal de auxilio para un grupo de personas que no la están pasando bien y que necesitan que nos volteemos a mirarlos?

Nos da mucha esperanza ver la solidaridad de nuestra gente. Cómo se vuelcan en expresiones de apoyo para quien expresa su necesidad de auxilio.

Es cierto que estamos en una crisis, aun cuando algunos no lo quieran reconocer. El primer paso para salir de ella es aceptar esa realidad. La falta de recursos que arrastra a nuestros agricultores y pescadores, unido a la dejadez, al poco sentido de urgencia, y la falta de compromiso con esta industria, han sido más desastrosos que los fenómenos que nombramos en los párrafos anteriores.


El dinero de los huracanes no ha sido desembolsado y su manejo ha sido cuestionado. Mientras, no se incluyó a la agricultura en el Plan de Mitigación; los incentivos para este sector tardan años en ser desembolsados y tienen una lista de requisitos interminable. Además, el Plan de Desarrollo para la Seguridad Alimentaria no incluye a los agricultores. Así se perpetúa la indiferencia por un sector que nos alimenta y nos da vida.

Definitivamente, la incertidumbre en la que se encuentra este sector tan importante en nuestra economía por las carencias que han provocado todos estos eventos ha redundado en problemas sociales serio. Todos requieren atención inmediata.


Estoy convencida de que somos muchos los que nos hemos volteado a mirar y nos hemos enrollado las mangas para ayudar a nuestros hermanos agricultores, cada uno desde el espacio que ocupa. Falta que unamos nuestras voces cargadas de esperanza para que se escuchen más fuerte que el lamento y usemos cada espacio disponible para crear conciencia de que es nuestra responsabilidad rescatar lo que nos queda de esta hermosa industria. No permitiremos que nos la arrebate la ineficiencia, la indiferencia y la falta de sentido común.



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